Los tratados comerciales son, hasta la fecha, no tan equitativos. Las ventajas, por lo general, favorecen a los grandes capitales. La desigualdad es aprovechada y promovida, sobre todo, por los países de gran capacidad financiera que, en consecuencia, someten a aquéllos con menor respaldo de capital.

El programa económico propuesto por el actual gobierno está dando resultados en lo general y está llamando la atención de otros países con severas amenazas de crisis alimentarias, energéticas y de salud debido al aumento de conflictos económicos, especialmente por la guerra entre Rusia y Ucrania, alentada por Estados Unidos y la Unión Europea.

Urge un nuevo orden económico mundial, como han propuesto expertos en economía antineoliberal. Éste deberá buscar la igualdad de oportunidades en cuanto a oferta y demanda, además de eliminar los condicionamientos represivos y las trampas financieras que se traducen en interminables pagos por los préstamos.

En esta nueva forma se aceptaría la libertad comercial con quien convenga a cada quien, se incluirían los propósitos por atender los riesgos vitales más próximos, por ejemplo: el calentamiento global y la falta de producción de alimentos, entre otras indeseables calamidades mundiales. Pero este esfuerzo sí debe ser global. Otorgar la libertad de comercio, bajo cualquier régimen no bélico ni fundamentalista, es la solución para sesionar en conjunto, crear una política pública mundial y sanear las relaciones internacionales comerciales. Las ventajas serían innumerables y de gran alcance humanitario.

Lejos de posturas incongruentes, uno de esos planes rechazados irracionalmente por la oposición es el estímulo a la industria de hidrocarburos y la transición energética organizada y analizada a fondo, que generen la confianza colectiva.

Dicho saneamiento ambiental tendrá resultados a corto, mediano y largo plazos, que trasciende en el rubro de la atención alimentaria y médica no sólo para México, sino en el plano internacional, según han visualizado organizaciones como la ONU, la Unesco, incluso el Banco Mundial y la alianza formada por diversas organizaciones convocadas por Naciones Unidas en 2015, dirigida a evitar las hambrunas.

Por lo tanto, invertir en la industria energética es una condición para lograr el siguiente objetivo: la transición energética. Es obligación mundial diseñar y promover las etapas necesarias para que exista coordinación de acción entre las naciones y evitar conflictos por abuso de empresas que quieran aprovecharse de las altas y bajas del precio del petróleo. Analizar las etapas propuestas es el siguiente paso y, una vez programadas, iniciar su ejecución colectiva, además de declararlas inviolables.

Con este cambio se busca la utilización óptima de todas las energías limpias posibles, además de dejar de depender, paulatinamente, de la energía fósil.

Pero también necesitamos la decisión consciente y firme, aunque difícil, de las naciones más industrializadas para no alterar ni saltarse las etapas de transición. No podemos seguir observando y permitiendo que países poderosos por su industrialismo sigan poniendo en peligro el equilibrio ambiental. Necesitamos de sus decisiones humanitarias.

Uno de estos pasos difíciles para aquellas naciones que han basado su economía en el cuantioso consumo de petróleo es renunciar a la industria bélica como base de su política exterior y estrategia económica. Seguir insistiendo en imponer sus modelos de vida consumista de material bélico y armas letales accesibles para cualquier mayor de edad resulta demasiado costoso para la humanidad.

Como se ha mencionado reiteradamente en este espacio de opinión, la vigilancia policíaca por parte de Estados Unidos desacredita la utilidad de participar en un tratado comercial como el T-MEC. La ilegal vigilancia que recientemente realizó la marina estadunidense al buque tanque que transportaba gasolina proveniente de la refinería mexicana Pemex-Deer Park hacia México es un agravio que debe superarse con el apartado de Solución de disputas inversores-Estado, uno de los puntos del T-MEC referente a la protección de sus integrantes.

Sin embargo, la falta de igualdad de decisiones en el punto anterior, conocido previamente como capítulo 19 del Tratado de Libre Comercio, es un cerco invisible a la libertad de producción y deja la puerta abierta al abuso de empresas millonarias o de inversionistas poderosos que pretendan intervenir y modificar o invalidar las leyes que no les convengan, con la posibilidad de ignorar las observaciones de irresponsabilidad a las que se hagan acreedores.

Esta es la desconfianza que generan tratados comerciales como el T-MEC, el cual, por cierto, fue una apuesta política que propuso el ex presidente Donald Trump y que, además, ganó sin esfuerzo.

Fuente: Jornada 29/05/22